El libro “Oparricidios”, de Daniel Medina, ofrece trece cuentos que hablan de una generación actual de jóvenes salteños, mezclándolo con pantallazos de una tradición que sirve de base para un humor oscuro que no para de hacer reír. (Federico Anzardi)

Al comienzo de su libro, Daniel Medina incluyó una frase del fallecido humorista estadounidense Bill Hicks que resume el espíritu de “Oparricidios”: “Siempre es divertido hasta que alguien se lastima. Ahí se pone hilarante”.

Ésa no es la única aparición de Hicks en el libro. Su pensamiento está presente en otras páginas, aunque no se lo nombre ni se lo cite. Aparece, por ejemplo, en “Edipo para principiantes”, el primero de los trece cuentos que forman el libro. Se trata de la historia de una familia de clase media salteña. El padre, mecánico, labura todo el día para pagar las cuotas del exclusivo Colegio Belgrano con la explícita intención de ubicar a su hijo entre las filas de los futuros mandatarios de Salta. En su casa trabaja una mujer boliviana, María. “Más vale que aprovechés, o vas a terminar siendo como la María”, le dice el hombre al chico. Esa frase posee el mismo mensaje que la respuesta que Hicks le dio a una moza de un bar de waffles del sur de Estados Unidos, cuando la muchacha lo vio sentado con un libro y le preguntó para qué estaba leyendo: “Supongo que leo para no ser una puta moza de waffles”.

Esa mezcla de humor negro, incorrección política para decir lo que se dice pero no se dice, perversión sexual, y la capacidad para retratar a una Salta que vemos todos los días, es lo que forma “Oparricidios”, que apareció hace una semana, publicado por la editorial jujeña Intravenosa. Se podrá conseguir, a partir de la próxima semana, en la librería Rayuela, o ya mismo, a través de pedidos personales al propio autor, vía Facebook. Así es el under.

En las notas previas a la aparición del libro, cuando se difundió su inminente salida, se decía que Medina había escrito cuentos de antisalteñidad. Eso se percibe leyendo los textos, ya que se trata de una literatura que no tiene nada que ver con la vieja escuela de próceres de la pluma local. No la combate, simplemente es distinta.

Pero también podría interpretarse como lo contrario, como que “Oparricidios” es tan salteño como Juan Carlos Dávalos. Porque “Almuerzo en familia”, “El oparricida”, “Saltrix” o “El viaje inolvidable”, por nombrar algunos cuentos, están hechos de la más pura cotidianeidad local, que ya no tiene nada que ver con el paisaje, el gaucho y la zamba, pero sí con una provincia que oscila entre la sofisticación cosmopolita y el feudo habitual de religiosos apellidos dobles.

Medina está formateado para ser interpretado por lectores de cualquier ciudad. Además todas las páginas (unas 230) tienen referencias culturales de los últimos cincuenta o sesenta años. Coquetea con el snobismo de cinéfilos indies, pasa por un sex shop y se queda un rato en La Casona del Molino, mientras, a unas cuadras de allí, el Chaqueño se come un Big Mac.

Pero los salteños vamos a poder percibir detalles innegables de nuestro propio ADN provincial del 2014. Incluso juega con la imagen que se tiene de Salta en el resto del país. Y no se trata tanto de lugares conocidos o personajes reconocibles. Es más bien una forma de ser, un lenguaje corporal, una forma de pensar el mundo desde el Valle de Lerma.

El cuento “El escribidor y sus fantasmas” comienza con la frase “sólo un idiota puede empezar a leer un cuento y esperar una sorpresa”. Los textos de “Oparricidios” no sorprenden, muestran una Salta típica de estos días, con sus miserias a flor de piel, exageradas. Es la misma razón por la que el libro se destaca entre las publicaciones recientes de la provincia: sacude porque no habla de lo mismo de siempre.